En este séptimo número bilingüe francés-inglés:

De Madrid a Londres (y más cerca de casa pasando por Loiret, Pirineos Atlánticos y, por supuesto, París), la selección de viviendas de nuestro nuevo número tiene un tufillo a utopía. Una utopía polimorfa, a escala humana, que ofrece un puñado de respuestas a un mundo cada vez más disfuncional. Lejos de las grandes narrativas unívocas (con sus matices totalitarios), cada una de estas viviendas cuenta su propio proyecto y su propia visión: la de una vida en Technicolor en un apartamento madrileño; la de una pintura impresionista de una casa de campo a orillas del río; o la de unos días disfrutando de la suave luz del día en… un granero. Como las gotas que forman los ríos, ¿pueden todas estas burbujas unirse para formar una realidad mejor?

Estas iniciativas individuales, por muy bellas que sean, no deben ocultar otra realidad: hasta que se demuestre lo contrario, nuestras casas siguen teniendo umbrales. Se abren a un espacio común, compartido, que hace posible su existencia: el espacio público. Un espacio que nunca ha sido tan frágil y necesario. Entre los intentos de apropiación privada bajo la apariencia de interés general, la sobreexplotación comercial, la falta de inversiones o incluso el abandono total por parte de las autoridades públicas, este espacio, que, hay que subrayarlo, pertenece a todos, solo es verdaderamente público cuando se puede utilizar con seguridad a cualquier hora del día o de la noche. Pero aún queda un largo camino por recorrer. Tras el éxito de los Juegos Paralímpicos, es necesario preguntarse si, una vez desmanteladas las instalaciones deportivas y desaparecida la organización extraordinaria que las hizo posibles, el mayor desafío de las personas con discapacidad podría ser nuestro espacio público insuficientemente inclusivo. De hecho, es una encarnación esencial de la promesa republicana de emancipar a los individuos, en sus cuerpos, sus identidades, pero también en su pensamiento, al tiempo que se promueve la libre circulación de ideas y opiniones, como expresó Jürgen Habermas.

Vivir la propia vida al máximo, sin estar sometido a ninguna forma de mandato, límite u opresión, es la utopía que reivindica y vive la artista y fotógrafa Romy Alizée. Al posar desnuda en sus fotografías, exponiendo su sexualidad desvergonzada, rompe con las representaciones y participa a su manera en el movimiento más amplio de emancipación de las mujeres. Alizée se toma muy en serio su libertad como ciudadana, por mucho que eso enfade a quienes ven su poder bajo ataque. Es atrevido y conmovedor. Es muy necesario. Y también muy simple: ¡Viva la libertad!

¡El eclecticismo, la poesía, el arte, el escapismo, la belleza y las buenas ideas no son en absoluto cuestión de metros cuadrados!